18 marzo 2010

Tormento


"Si no tengo caridad, nada me aprovecha". El cristianismo sin caridad es el peor esperpento imaginable, y eso lo saben todos los que, con diversa intención, lo han llevado a la literatura o al cine. Galdós lo hace por enésima vez en este Tormento. Tal es el nombre con que Pedro Polo, el cura descarriado, se refiere a la mujer de sus amores, tal vez para aludir al que esa mujer le inflige a él, pero que para nosotros, lectores, define muy bien la propia personalidad de Amparo, impenitente atormentadora de sí misma. El hecho es que los rígidos esquemas de decencia de aquella sociedad consiguen poner a Amparo-Tormento en trance de suicidio, al no poder soportar esta la exclusión social a que la condenaría el descubrimiento de una antigua metedura de pata con don Pedro. Es curioso, pero, aunque con mentalidad de crítico piensas que la desgracia de Amparo debería consumarse, como lector estás todo el tiempo deseando que fracase su suicidio. Creo que Galdós es muy hábil al plantear un desenlace intermedio, que ni es feliz ni trágico y que consigue mostrar cómo los prejuicios acaban dando al traste con algo tan estimable como el vínculo matrimonial.


Nota redactada en septiembre del 2009


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