Por lo visto, hay puntos en el espacio que, aun de pequeño tamaño, concentran en sí una gravedad inconcebible, agujeros negros creo que los llaman. Así son los opúsculos de Gracián. En sus cuarenta y cuatro páginas, el discurso sobre El héroe encierra tal intensidad de pensamiento que vale por uno de doscientas. Ya conocemos el laconismo típico del padre Baltasar. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Hay que pararse en cada frase y pensarla, es imposible leer de corrido, y aun así a veces hay que rendirse, porque el paso del tiempo y la sutileza conceptual del autor juegan en contra del lector moderno.
Por lo que respecta al fondo, yo lo recomendaría sin dudar para la educación: Gracián en las escuelas. Más falta que el comer, hace. Es un auténtico compendio de virtudes humanas. Sólo un reproche que hacerle en este aspecto, y es la importancia que concede a la desconfianza, casi a la simulación. Se echa de menos un elogio de la sinceridad, de la llaneza. Por lo demás, si alguien pensaba que el Capitán Trueno, Tintín, el Guerrero del Antifaz (¡Alix!), eran sueños infantiles, quimeras del pasado, aquí los encontrará teorizados, hechos asequibles. Hemos pasado demasiado tiempo lamiéndonos las miserias, me parece.
Nota redactada en noviembre de 1998
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