11 diciembre 2008

Irse de casa


En sus últimas novelas, Carmen Martín Gaite retrató en alta definición a la mujer de su tiempo, es decir, de fines del siglo XX. Si en Lo raro es vivir le tocaba a la treintañera, en Irse de casa aparece lo que llamamos mujer otoñal, pero la diferencia es mínima. Realizadas en lo profesional, liberadas de la familia, son incapaces de escapar de los fantasmas y viven presas del temor a la enfermedad y a la vejez, esclavas del psiquiatra, el endocrino o el fisioterapeuta, probándolo todo para lograr una paz interior que parece llegar en el último capítulo, pero ¿hasta qué punto? La vida no es una novela y ese equilibrio alcanzado por Águeda Soler o por Amparo Miranda se nos antoja terriblemente efímero. La propia Carmen Martín Gaite no pudo hacer sino sostener la lucha, si hemos de creer a la dedicatoria (a N..., "mi mejor aliada en mi lucha contra los fantasmas", o algo así) de Irse de casa. Amparo Miranda llora al final, rendida sobre el pecho de un hombre, en una escena que haría encabritar a cualquier feminista, creyendo haber bebido mucho cuando en realidad, como dice el hombre, "ha llorado poco", y, añadiríamos, no sobre el hombro adecuado. En realidad, todos los personajes de esta novela son un poco Carmen Martín Gaite, al menos los femeninos; Carmen Martín Gaite llorando sobre el papel, o el teclado; Carmen agonizando contra sus temores e inseguridades, "jugando al tenis sin pelota", como dice uno de sus personajes, atisbando la verdad sin atreverse a abrazarla.

Nota redactada en noviembre del 2000

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