29 diciembre 2008

El papa mago

Gerberto de Aurillac, que llegó al pontificado con el nombre de Silvestre II, fue uno de los mayores eruditos de su tiempo y el papa del anterior cambio de milenio (999-1003). Ambas circunstancias cooperaron en la forja de ciertas leyendas en torno a su persona, que Miguel Ruiz Montáñez (autor del algún best-seller como La tumba de Colón) aprovecha para montar una trama bastante disparatada con los ingredientes habituales: Iglesia, medievo, aristocracia, códigos secretos, sectas, espiritualidad new age... No faltan, aunque muy traídos por los pelos, ni los templarios ni los masones.

Resulta que un conde francés descubre el gran secreto del “papa mago” en el propio sótano de su palacio: nada menos que la cabeza parlante, una especie de primitivo ordenador capaz de revelar la fecha y la causa del fin del mundo. Pero para que se produzca tal revelación hacen falta algunos datos que llevan a Pierre Dubois (así se llama el tal aristócrata) hasta Ripoll, Medina Azahara y Roma, siempre con unos malos malísimos pisándole los talones, a él y a la pareja formada por su hija Guylaine y el novato pero eficaz detective Marc Mignon, auténticos protagonistas de la historia.

En pleno fenómeno Dan Brown, algunos guasones confeccionaron una especie de juego combinatorio a partir de ciertos componentes con los cuales escribir novelas a lo Código Da Vinci. Este podría ser uno de sus resultados, y no el más brillante. La acción es totalmente previsible, los diálogos de una simpleza de tebeo y lo de la cabeza parlante inverosímil incluso en el propio contexto de la ficción. Lo único original se halla en el modo en que el autor aprovecha el nuevo terror milenarista: el cambio climático, con el cual se halla relacionado el “fin del mundo” que la cabeza habrá de augurar.

Tal vez no esté de más destacar la ausencia del sectarismo antieclesiástico y del erotismo gratuito, circunstancia más bien rara en este tipo de productos. Es lo mejor que se puede decir de esta novela donde las palizas se profieren en lugar de propinarse, las llaves forman un nutrido grupo en lugar de un apretado manojo, donde los masones tienen gran jefe como los indios y donde los anacolutos campan a sus anchas.


Escrito para Aceprensa, parece que han estimado que, visto lo que hay, no merece la pena publicarlo; así que lo planto aquí por si a alguien le sirve.