25 noviembre 2008
Ortega y el 98
La desilusión de todo aquel que, como Gonzalo Fernández de la Mora, se acerca a la generación del 98 con ánimo de encontrar críticas y soluciones concretas, es decir, rigor, se comprende. Y se comprende también que quien investiga el 98 desde el lado filosófico, y no literario, de la cuestión, prefiera a Maeztu sobre todos los demás, sobre todo si es conservador. Digo "filosófico" aludiendo sobre todo a la filosofía política. Bien, el caso es que don Gonzalo comienza su obra con una perplejidad, que ya he visto antes, ante la falta de coherencia de los noventayochistas, su escaso espíritu de sacrificio y su egloatría, que los hace aparecer casi como niños malcriados, que se quejan de todo y apenas nada ponen de su parte. Buceando sobre el porqué de todo ello, llega a lo que es, me parece a mí, una de las dianas de este trabajo: la caracterización de los hombres del 98 como unos hiperestésicos. En efecto: la falta de defensas espirituales que define al hombre de nuestro siglo, ya desde su comienzo, le hace especialmente sensible a todo. El trauma que causó a los españoles la pérdida de las colonias encuentra en estos hombres un reflejo desorbitado, como lo hace la gripe en un enfermo de sida, y se dedican a problematizar España sin darse cuenta -tarde o temprano lo harán- de que son ellos los problemáticos. Sólo desde esta perspectiva me parece posible una comprensión cabal del caso 98.
Nota redactada en junio de 1999