Bueno, ya estamos otra vez con el crucifijo. La decisión del juez en el sentido de quitar la cruz de un colegio vallisoletano es respetable, claro, e incluso puede ser justa. Lo que llama la atención es que el PSOE y las asociaciones laicistas de padres (que para eso están, por lo visto) hayan tardado tan poco en aprovechar para exigir, de nuevo, la retirada de todos los símbolos religiosos. Pero hombre, ¡si hace veinte años que, salvo casos aislados, el crucifijo es tan sólo un recuerdo en los centros públicos! Estos señores siguen mostrando la misma voluntad de aniquilamiento total que en el Cerro de los Ángeles. Me temo que de donde deben quitar el crucifijo es de sus sueños...
Si no es el crucifijo. ¿Qué la escuela es aconfesional? Pues no colgamos símbolos religiosos, vale. Lo que no deja de chocar es que la retirada de los crucifijos haya sido simultánea a la ruina del mobiliario, a la cochinez de las aulas, al imperio del alarido y de la palabrota, a la escalada de la depresión y a la burrería generalizada. A lo mejor no tiene nada que ver. Pero siempre me dieron lástima los que clamaban contra la alternativa “religión o ética” con el argumento de que eso suponía dejar sin formación moral a los que escogieran religión. A veces, en el mundo de la enseñanza, quien pasa de la docencia a la política no hace sino cambiar los tranquilizantes por las ruedas de molino.
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