Paul Mishkin, jesuita y antiguo mafioso, a su hermano Jake:
-Sí, persistes en creer que la lujuria es tu problema. La lujuria no es tu problema, hablando ex cátedra, y más o menos en una docena de años se habrá resuelto por sí misma. Después de todo, no es más que un pequeño pecado. No, tu problema es y siempre ha sido la pereza. La negativa a hacer cualquier trabajo espiritual. Siempre has asumido la responsabilidad de todas las cosas malas que han ocurrido en nuestra familia, incluida probablemente la Segunda Guerra Mundial, todo tú solito...
-Tú estabas en la cárcel.
-Sí, pero eso es irrelevante. Dios no estaba en la cárcel y tú no pediste ninguna ayuda en aquella dirección. No, tú lo asumiste todo y fracasaste, y nunca te perdonaste a ti mismo, así que crees que estás más allá de todo perdón, y eso te da el derecho de herir a todas las personas que te quieren porque, después de todo, el pobre Jake Mishkin está muy lejos de toda salvación, tan privado de cualquier esperanza del cielo, que aquel que lo quiera debe ser desilusionado y, por lo tanto, indigno de toda consideración. ¿Por qué me sonríes, imbécil? Porque has conseguido que diga lo mismo que siempre digo cuando vienes aquí, y ahora puedes olvidarlo de nuevo incluso sabiendo que es la verdad. Idiota. El pecado contra la esperanza. Sabes que algún día acabará por matarte.