Elite: "pregunta a la señorita".
Directivos: "pregúntale a papá".
Empleados: "pregúntale a mamá".
Obreros: "pregúntale a tu profesor, para eso le pagan"
Campesinos: "tienes ojos, ¿no?"
En realidad, esta última respuesta podría utilizarse para zanjar cualquier discusión sobre "ideología de género" o sobre la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio. Un par de ojos, y un manual de anatomía humana para los más lerdos, es suficiente.
Y sin embargo no conviene empantanarse en este tipo de discusiones cuando uno defiende su derecho a objetar a Educación para la Ciudadanía. Yo no objeto porque piense que el matrimonio es determinada cosa. Objeto porque se trata de imponer una ideología, una ideología que contradice las convicciones más profundas de muchos ciudadanos, hasta el punto de que un millón de ellos se echaron a la calle, lo que implica, al menos, diez millones de disconformes. No se contradice una idea, por peregrina que sea, sino la intromisión del Estado en un derecho fundamental. Lo que está en juego, antes que la inteligencia, es la libertad.
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