El aristócrata que era Ortega no podía sufrir que los hombres del montón, la masas, se negaran a reconocer alguna función directora. Lo que no pudo ver es que esa rebelión iba a acabar en manipulación. Al rechazar toda autoridad, se convirtieron en títeres de otros "directores" con menos escrúpulos que iban a utilizarlas para sus propios afanes de poder. Es el fenómeno de la masificación de los ciudadanos.
Uno no puede menos que admirar la clarividencia de Ortega. Al mirar en torno se reconoce a esos niños (de catorce, treinta y cuatro o setenta años), "encantados de haberse conocido", por utilizar el tópico, orgullosos de sí mismos y satisfechos de la cultura que no han creado, niños malcriados, en suma, que no aceptan autoridad por encima de sus cabezas. Todo eso es cierto y en ello Ortega estuvo, insisto, agudísimo. Pero, fuese por su aristocratismo o porque entonces el cuarto poder no era tan poderoso, el análisis de la situación no está completo sin advertir cómo cuanto más hombre-masa se es más manipulable y manipulado se vuelve. La rebelión de las masas lleva en sí misma su castigo. La negación de la autoridad acarrea la caída en la red del poder.
Pero me he ido del libro. Aunque, ¿por dónde empezar a comentar esta joya? ¿Por su lenguaje (hats off)?, ¿por...? Se me acaba el espacio. Qué delicia debió de ser conversar con este hombre.
Nota redactada en octubre de 2005.
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