16 octubre 2007

Los documentos póstumos del club Pickwick


Se acababa el tiempo de los héroes. El éxito del Pickwick fue su puntilla. En su lugar entraba el hombre bueno, incapaz de acometer grandes hazañas (ni siquiera sabe patinar sobre hielo) pero dispuesto a todo por ser fiel a sus amigos y a sus principios; a todo, incluso a ir a la cárcel, como efectivamente hace, en un gesto que no desmerece de los de los grandes héroes. Todo ello sin que estén ausentes las situaciones ridículas y las meteduras de pata, tomadas con excelente buen humor, que es como los cristianos, y los hombres equilibrados en general, reciben las adversidades. Oh, sí, perder el buen humor es una cosa grave.


Cervantes había intuido ya esa transición del héroe al hombre bueno, que no buen hombre (o sea: bueno en el buen sentido de la palabra, ¿verdad, don Antonio?). Alonso Quijano está en Pickwick, no cabe duda, despojado ya de la ofuscación caballeresca. Pero se echa de menos en él cierto... atractivo mundano. Y es que el arquetipo de Pickwick aparece incompleto si no le sumamos a Samuel Weller, el dulce pícaro, longa manus de su amo en todos los asuntos que requieren su pizca de malicia, astuto como serpiente y sencillo cual paloma, cuya nobleza natural va tomando raíces profundas al contacto con su señor. Una pena que este nuevo arquetipo no prosperara, sustituido primero por el hombre determinado del Naturalismo y luego por el hombre sin atributos. Necesitamos un nuevo Dickens, pero ya.


Nota redactada en marzo del 2000.