Como cabía esperar, se trata de una obra tan desconcertante como las demás de
Aleixandre, y con la misma tremenda belleza. En esta ocasión,
don Vicente elige la forma dialogada para dar expresión a sus oscuras intuiciones. Por lo general alternan dos voces, diversas sólo para quien se ha parado a penetrar en esa selva que es el mundo poético aleixandrino. Son, como dice el editor,
monodiálogos, pues no se dirigen la palabra el uno al otro, sino que realizan por turno eso que llaman
función expresiva del lenguaje. La cosa se divide en capítulos, agrupados a su vez en partes,
Aleixandre sabrá por qué. "Sonido de la guerra" reúne a
el soldado y
el brujo; "Los amantes viejos" a
él y a
ella; "La maja y la vieja" a estas; "El lazarilo y el mendigo" a estos, y así hasta completar catorce
diálogos. El saber y el conocer (distintos en la poética aleixandrina) , la juventud y la vejez, el amor como conocimiento o como destrucción en el otro, la luz y la sombra, los elementos naturales más elementales (luna, fuego, mar, noche, ramas) son motivos que se entrecruzan con arcano simbolismo. Resurge aquí algún procedimiento poético del primer
Aleixandre, como la o identificativa. La métrica es más regular que en los otros poemarios aleixandrinos y poco más soy capaz de decir sobre esta creación subyugante. Las profundidades, en la introducción de D.
José Mas, que
ha hecho un buen trabajo.
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