El filósofo del "sentido común codificado", esa inmensa cabeza que surgió en la Grecia de Filipo, el cerebro humano puesto a funcionar a pleno rendimiento, no tenía talento literario, al menos a juzgar por esta obra, que es la única que conozco de primera mano, por el momento. Es penosísimo seguir sus razonamientos, es un estilo árido donde los haya. Y, por otra parte, sus consideraciones sobre el gobierno de la ciudad son hoy una curiosidad arqueológica, carentes de interés para el ciudadano de hoy día, si exceptuamos alguna aguda observación sobre puntos tangenciales; pero estas vienen contrapesadas por un volumen excesivo de pensamientos peregrinos, insostenibles de todo punto, sobre las mujeres, sobre los esclavos y otras cuestiones que ahora no recuerdo.
De resaltar algún hallazgo aún válido, señalaría esa definición de la tiranía como gobierno en interés propio, frente al gobierno recto, que es el que se ejerce con miras al bien común. Hoy podríamos añadir también otra modalidad de tiranía, que es aquella que se lleva a cabo con la vista puesta, no ya en el interés del gobernante, sino de la ideología. Los tiempos mudan las cosas, que decía Lope.
Sorprende también que un hombre de tan aguda intuición para todas las cosas, y en concreto para la moral, propugne el aborto cuando el número de hijos sea excesivo para la comunidad. Claro es que él consideraba que no había vida hasta que no se formaban ciertos tejidos. Y, en todo caso, nuestra época le aventaja en salvajismo.
Nota redactada en noviembre de 1999. Entre esa fecha y la que corre, alguien me dijo que las obras que conservamos de Aristóteles no se deben a su propio puño, sino a notas de sus discípulos. Si es así, me la envaino (pero en pequeñito, como los periódicos).
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