Es curioso, pero resulta difícil leer algo tan divertido y al mismo tiempo tan amargo. Quiero decir que es curioso este contraste. Uno asocia con frecuencia el humor a la alegría. Pero ya sabemos que existe algo denominado humor negro. Y en este aspecto Cela es un maestro. Aquí hay humor de la mejor ley y negrura hasta el hartazgo. Estoy por decir que el Lazarillo auténtico es una novela más positiva de lo que habitualmente se piensa. Porque ni de lejos encontramos esta desolación ante la humanidad que vemos en la historia de Cela.
Lo primero que asombra es el virtuosismo verbal del de Iria Flavia, unido a su genial asimilación del español clásico y del estoicismo que impregna la picaresca. Esta riqueza verbal en boca de los peleles que pueblan su relato es lo que produce la hilaridad. Y al mismo tiempo el horror. El horror ante el cuadro esperpéntico que se nos presenta. Hay gente buena aquí, sí; el penitente Felipe, y alguno que otro, quizá el mismo Lázaro. Pero la bondad aparece tan inútil, tan ridícula y contraproducente, que no inspira más que compasión. No es que se haga una apología de la maldad. Al contrario esta se nos muestra como es, aborrecible. Pero es lo que hay. Ahí está el fondo desolado de los relatos de Cela, que, en el fondo, hace siempre la misma comida con distintas salsas, aunque eso sí, muy sabrosas.
Nota redactada en octubre de 1999.
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