07 septiembre 2010

Pesebres de caoba


No sé quiénes son peores, si quienes mutilaban y fusilaban a los curas o quienes los infaman al cabo de los años. Porque el comportamiento de los eclesiásticos en la guerra civil resultó tan heroico que reírse de él o calumniarlos de cualquier manera revela una vileza casi superior a la de los verdugos. Pesebres de caoba no dedica mucho espacio al asunto, pero cuando aparecen monjas son tontas y cuando aparece un cura es un cobarde. No sé qué es lo que lleva a todo escritor contemporáneo no confesionalmente cristiano a meter el dedo en el ojo, aunque sea sin venir a cuento, a la gente de Iglesia. Es como un prurito incurable.

Por suerte, sabemos que un hombre de muy mala entraña es capaz de ser un muy buen novelista, y Pesebres de caoba es una novela sólida y digna. Producto de 1981, acusa la influencia hispanoamericana, con esos largos párrafos sin diálogo y de sintaxis indisciplinada, así como, en el contenido, con esa visión bárbara de las relaciones entre estratos sociales y entre sexos. ¿Bárbara? Valle-Inclán también puede detectarse aquí, con esas enumeraciones a lo Tirano Banderas. Pero Carlos Cal es más bien un don Juan de Montenegro a la andaluza. Hay algo de crepuscular también aquí, pues la novela parte de la muerte del patriarca, o mejor, el amo, como siempre se le denomina. Un amo a quien la fuerza vital le rezuma por los poros, como a sus bienamados caballos. Este simbolismo del caballo es una de las claves, y de los aciertos, de la obra.

Nota redactada en julio del 2006. Por cierto, el autor es José María Requena

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