15 septiembre 2010
Antígona
La eterna polémica está trazada de modo tan definitivo, los antagonistas son tan reconocibles que sorprende cómo un pagano, carente por tanto del firme asidero de la verdad revelada, ha podido ser el autor de la obra. Pero ésta deja claro que los términos del problema estaban ahí antes de que Dios pudiera caracterizarse como la suma verdad o el sumo bien, antes de que el concepto de ley natural tomase forma. Ahora bien, lo que más sorprende es cómo, si trasladamos el conflicto a nuestros días, Creonte, el tirano, ha llegado a mixtificarse de tal modo que ha logrado presentarse a sí mismo como la víctima. En efecto, defender, hoy, una postura basada en leyes divinas supone, para la opinión establecida, el mayor atentado contra la libertad. El tirano es, así, quien defiende la ley no escrita, siempre que la ley impuesta por el anónimo Creonte se presente a sí misma como liberadora. La arbitrariedad no se comete hoy en nombre de la seguridad del Estado sino de una reinventada democracia o una no menos redefinida tolerancia, que tomarán la forma de artículo de la Constitución o de sentencia del Tribunal Supremo, mientras que un derecho no será tal si choca contra esos muros legales. El imperativo de la conciencia, presentado como intromisión totalitaria en una sociedad libre, tal es el sarcasmo de nuestra época, la mayor trampa, hoy por hoy, de los "hijos de las tinieblas". El que la única objeción de conciencia válida legalmente sea la que se ejerce contra el servicio militar no hace más que prolongar la carcajada.
Nota redactada en octubre de 1999. Por cierto, el autor es Sófocles.
Otras referencias a Antígona aquí y aquí.
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