19 enero 2010

Asesinato en la catedral


Los griegos antiguos titulaban sus tragedias con el nombre de sus protagonistas, así que Eliot podría haber titulado ésta Beckett, como la película protagonizada por Burton y O´Toole, en lugar de ponerle este título tan policíaco. Pues, en efecto, la obra tiene forma de tragedia, con sus coros y todo ("clásico en literatura", se definía Eliot). Y, bien mirado, con cada vida de un mártir se podría hacer una tragedia. ¿No era la catarsis, o purificación del espectador, lo que buscaban los trágicos? Pues nada mejor para ello que la representación de una muerte, no en aras ya del destino, sino de la Vida y de la Verdad encarnadas. Los poderosos de la tierra hacen aquí el papel de los viejos dioses, y el héroe muere desafiándolos, pero sabiendo muy bien, al contrario que Antígona, lo que se va a encontrar después (bien, el ejemplo no es totalmente adecuado, pues justamente Antígona se enfrenta también a los poderosos de la tierra y no a los dioses). Pero además hay otro antagonista, el demonio (aquí en la figura de los cuatro tentadores), el que "puede matar el alma", que aporta a la tragedia una dimensión insospechada.

Nota redactada en octubre del 2009

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