29 enero 2010
La lengua oculta
Si no está completa, poco le faltaba ya. Bien es cierto que se nos anuncia de modo explícito una laguna en el manuscrito y que no vemos (yo, al menos, no lo he localizado) el momento, o las páginas, en que Arieca pasa de la adolescencia a la vejez. Pero puede leerse con la satisfacción de una obra completa. Es el testamento literario de William Golding y ya desde el principio se advierte la garra del genio, esa agradable comezón que te lleva a querer saber más y más de esos personajes, a medida que estos te van haciendo revelaciones. En este caso es la protagonista quien se nos revela a sí misma, con el talento suficiente como para hacernos cómplices de su drama, ya desde la primera página: Arieca, la "cara de bárbara", la niña fea a quien el destino (¿los dioses?) convierte en portavoz del Oráculo de Delfos, el "centro de lmundo", vive, con más curiosidad que resignación, sin alegría pero tampoco amargura, para descubrir de modo paulatino que su tutor Iónides, sacerdote sin fe, ha hecho del oráculo un instrumento con fines políticos. Los dominadores romanos, tan odiados, han contagiado su espíritu pragmático a este hombre desengañado, creación tan atractiva como la propia Arieca, y que presta renovado interés al tema de la caída de los viejos dioses y su sustitución por el Dios definitivo, con cuya alusión termina la novela.
Nota redactada en julio de 1999
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