Uno de los capítulos más instructivos de una filosofía cristiana de la historia sería el relativo a lo que podríamos llamar la confusión de las máscaras y de los papeles. No sólo se desempeñan papeles de iniquidad bajo la máscara o la apariencia de la justicia, sino que, a veces, papeles de justicia son desempeñados (y estropeados) bajo máscaras de iniquidad. No sólo quienes elaboran estandartes de verdad realizan un mal trabajo histórico, un trabajo inútil, sino que el trabajo bueno, el trabajo útil lo realizan (y lo estropean), a veces, los adversarios de estos estandartes de verdad. Sucede así porque la plena verdad es carga excesiva para la flaqueza humana; esta, excepto en los santos, necesita la atenuación que supone el error. De este modo, ciertos procesos históricos, normales y providenciales en sí mismos, y que debían haberse desarrollado en un sentido cristiano, han sido, en el curso de la Edad Moderna, y tanto por culpa de los propios cristianos como de sus adversarios, acaparados, falseados y disfrazados por las fuerzas anticristianas.
Lo mismo que en el orden intelectual, a partir del siglo XVI, el racionalismo y las filosofías más falsas han activado y deformado a la vez, por una especie de parasitismo o simbiosis, una cosa buena y normal como era el desarrollo admirable de las ciencias experimentales de la naturaleza, así, en el orden social, el crecimiento del socialismo en el curso del siglo pasado -automáticamente provocado por los excesos del capitalismo, pero que constituía una reacción nueva y típica, frente a males que se agitaban desde siglos atrás en el subsuelo de la historia, y que venía a articular en una voz potente la inmensa queja anónima de los pobres-, el crecimiento del socialismo, digo, ha activado, deformado y disfrazado ciertas adquisiciones históricas, en sí mismas buenas y normales.
Jacques Maritain, Humanismo integral
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