[...] Un lustro tras otro lustro, un muerto tras otro, habían hecho falta novecientos asesinatos y más de tres décadas para que el miedo de demócratas y liberales diera paso a palabra, protesta y oposición. Mientras, se habían pagado, instalado y mantenido, con el dinero del Estado de Derecho, organismos, libros, actividades y personas abiertamente dedicadas a la implantación de un sistema de opresión y a la propagación forzada de un pasado ficticio cortadas sobre patrones cuya irracional virulencia las marcaba, desde sus comienzos, con el típico cuño totalitario. El franquismo era, para todos ellos, indispensable, y desde luego hubiese sido preciso inventarlo de no haber existido durante cuarenta años que se pretendían ajenos a la población del país. El exorcismo, largo tiempo después de la desaparición de un régimen que no había sido derrocado por oposición alguna y que había dispuesto las lineas generales en que se basaba la sucesión, continuaba, alegremente repetido por usuarios que lo asimilaban a cualquier impedimento a sus voluntades y lo esgrimían como amenazadora letra escarlata.
Mercedes Rosúa, El archipiélago Orwell
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