26 octubre 2009

Es otoño en Crimea


Hacia 1975, la novela española empieza a abandonar el experimentalismo y a recobrar el gusto por la trama. Se vuelve a la intriga, la historia, los amores. En esta línea se inscribe esta obra, aparecida en el 85, obra de un prestigioso y experimentado crítico que ha echado varias veces su cuarto a espadas en el género narrartivo. ¿Con fortuna? Pues, vamos a ver:

No puede decirse que su historia resulte "apasionante": uno sigue con interés (y gusto) la peripecia de Chawley, el adolescente español residente en Londres no se sabe porqué y huérfano cuando empieza el relato; y del aventurero Duncan Reid, misterioso hasta cierto punto y de pasado nunca esclarecido por el narrador. Pero me parece que ambos decepcionan como personajes, quizá porque la trama, endeble trama, no interacciona con ellos lo suficiente. Quiero decir que la frágil evolución que en ellos se produce, si se produce alguna (¿descubrimiento del amor?, ¿desengaño?) no parece fruto de los acontecimientos, sino forzada por el autor. Mala cosa. Pero digo que se seguía con gusto porque Carlos Pujol es un excelente estilista, cuyas descripciones de la guerra en Crimea (que me recordaron, y es un elogio, al Imperio del sol de Spielberg) pueden figurar como modelo de ejercicio retórico en un buen manual.

Nota redactada en agosto de 1999

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