En todo caso mi creencia en Dios no era una creencia interesada pues no la creía merecedora de compensaciones ultraterrenas. Creía en Dios porque tenía el conocimiento, sin prueba, de su existencia. Creía en Dios porque otros creían en Él, igual que creía en Asia, sin conocerla, fiado tan sólo del testimonio de los demás. En último análisis, a lo definitivo, creía en Dios no por la prueba de su afirmación, sino por la de su negación. Yo había bajado en vida a la Sombra y este conocimiento era suficiente, más que sobrado, para creer. Pero creer no implica, por lo menos en mi caso, tener fe. Si yo tuviera fe, la causa no se habría enseñoreado de mi vida. Sólo una vez sentí más que fe, la necesidad de tenerla. Pero eso fue hace mucho tiempo...
Pablo Cossío, narrador de La gota de mercurio, de Alejandro Núñez Alonso. La causa es la oscura razón que le empuja al suicidio.
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