Lo mejor de los discursos del sábado lo dijo Benigno Blanco: la manifestación no termina aquí. Es algo que tenía ganas de oír, porque en todas las manifestaciones monstruo a las que he asistido la sensación era que terminábamos todos muy contentos y a otra cosa. Qué menos, por ejemplo, que acudir a Ferraz (en el caso de las manifas contra el "proceso de paz") a dar una pequeña cencerrada. Es lo que ellos hubieran hecho. Cada una de esas movilizaciones, si la lleva a cabo la izquierda, habría terminado en poco menos que un golpe de estado: así sucedió de hecho con la proclamación de la segunda república (y con la instauración del zapaterismo, por cierto). No digamos si son media docena de manifestaciones. El hipotético gobierno derechista se habría ido a su casa con más miedo que Alfonso XIII.
Aquí, en cambio, quienes acaban decapitados son San Gil, Jiménez y Vidal, por poner algún ejemplo. No vaya a ser que acaben haciendo daño a la democracia.
Y no se me diga que mezclo churras con merinas. Estoy hablando de movilizaciones contra tropelías clamorosas de un gobierno. No se me escapa que lo del sábado tiene mucha mayor trascendencia que lo otro. Dar carta blanca para matar es seguramente más grave que legitimar asesinatos pasados. Con más motivo, recojamos el guante de don Benigno: esto del sábado es sólo la ceremonia de apertura.
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