Al principio todos callaron con reverencial temor: la LOGSE parecía la nueva deidad y su impugnación el colmo de la estrechez reaccionaria. Pero ha llegado un momento en que ya no se ha podido aguantar más. Mercedes Ruiz Paz dio, en cierto modo, la señal de salida (hay que agradecérselo: eso es valentía, y no lo que como tal se vende por ahí) y, tras ella, una cascada de títulos ha venido a destapar lo que corría de modo subterráneo en la enseñanza española: el hastío de unos profesionales que han sufrido el acoso más vil y el mayor de los desconciertos al no poder ejercer en paz y en libertad su trabajo, debido a una inversión de valores digna de Sigerico de Horría, el tiranuelo caprichoso del Capitán Trueno. Enkvist, Rosúa, Sala, el autor de Síndrome de burnout (cuyo nombre ahora se me niega) o el entrañable Fray Josepho han dado salida sucesivamente a sus frustraciones en todos los tonos posibles. La condición de profesores de Lengua de la mayoría ha dado además un atractivo añadido a sus producciones. A ellos se suma Bárbara Pastor, con una pluma no menos diestra.
El libro da en la diana una vez y otra, y solo se le puede hacer un reproche: da la impresión de que la autora piensa que la enseñanza privada es algo así como un antro de perdición. Todos los males que encuentra en la escuela pública son para lamentar que los alumnos se pasen a la privada. Tranquila, mujer, si realmente es tan horrible acabarán también desertando de ella.
Nota redactada en noviembre del 2002