21 octubre 2008

La tesis de Nancy


Se entusiasmó el propio Ramón J. con su Nancy y la prolongó hasta extremos lindantes con el tedio. Lo poco agrada y lo mucho enfada. No niego que tenga gracia el relato de los malentendidos de la ingenua estudiante. Con todo y con los chistes matusalénicos (que Sender podría justificar con obras clásicas españolas, tipo Lazarillo, en gran parte hechas con chascarrillos populares), uno no puede evitar la risa floja en multitud de ocasiones. Y don Ramón es tan buen narrador que incluso nos hace desear conocer a la muñequita en cuestión. Bueno, a ella y a su novio Curro, retrato acabado donde los haya del ligón aprovechado y que resulta más atractivo así, visto a través de los ojos ingenuos de Nancy, que si se nos hubiera mostrado a través de su propia conciencia o de la del autor. La maestría con la pluma hace también que la reiteración no aburra. Pero sí se echa de menos cierta variedad en los gags, reducidos al equívoco lingüístico o a la fascinación paleta por la cultura española en la protagonista. Sender se ha reído hasta no poder más de esa visión romántica que ha suscitado siempre España (y de modo especial Andalucía) en el extranjero. Si esta novela traspasara nuestras fronteras sería la puntilla para este fenómeno. ocurre, sin embargo, que las abundantes referencias a costumbres, conceptos y modos de decir españoles dificulta la adaptación. Y, la verdad, tampoco es para tanto. Ni creo que Sender pretendiera que fuera para mucho. Quiso divertirse él mismo y hacer reír a los demás. Que es, como dice el lema de Cervantes, oficio de discretos.

Nota redactada en diciembre de 1999

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