09 julio 2008

Los cuernos de don Friolera

Lo cierto es que llega un momento en que Valle-Inclán empalaga un poco. Si, mucho virtuosismo lingüístico: se pinta solo para ofrecer un cuadro de fantoches sin alma, bueno, lo que él llama esperpento. Pero tantas páginas de esperpento acaban cansando. Una sesión de fuegos artificiales ha de durar veinte minutos a lo sumo.

Y la verdad es que todo es tan excesivo que nadie puede creerse que esto sea caricatura de una situación real, y mucho menos denuncia de una situación política concreta. Eso de que es una obra "contra las dictaduras y el militarismo" (lo dijo él mismo) sólo da cuenta de que ya por el año 30 vestía mucho, entre la clase intelectual, lo de pronunciarse contra esas cosas. Y Valle-Inclán no pasó de ser una vedette, aunque con talento, en una época en que lo del malditismo empezaba a estar demasiado visto. En definitiva, creo que lo que movía a Valle-Inclán era, como siempre, el arte más que otra cosa. Y si la toma con los militares es por esa ojeriza cursi que, como bien vio el hijo del dictador, alimentaban los intelectuales contra los uniformes.

Nota redactada en diciembre de 2007

__