Muchos, al leer
El hereje de
Delibes, pudieron salir con la convicción de que los heterodoxos de la época eran los adalides de la libertad religiosa.
Arp nos trae hoy una muestra de que no había tal, si es que ya
Calvino con lo de
Miguel Servet no nos bastaba. Ya sabemos el caso que hay que hacer al cine, pero recuerdo películas como
Cromwell o
María Estuardo, donde la cara de los líderes reformados no aparece, precisamente, como el envés de la de
Torquemada, antes como una versión corregida y aumentada. De hecho, el concepto de libertad religiosa tal como hoy se entiende pertenecía a un idioma totalmente ignoto para la gente de la época.
Altea se hace cruces cuando se acuerda de un tipo que a estas alturas defendía a
Napoleón y llamaba cretinos a los españoles que se le enfrentaron. Bueno, a lo mejor era el marido de
Sonsoles Espinosa, que pasaba por allí. O una colega mía que también opinaba que nos equivocamos de bando. Son los que piensan que deberíamos haber hecho peña con
Lutero y
Calvino. Y luego con
Stalin, claro.
Claro que la cosa puede empeorar, y ahí están los que sienten nostalgia de los árboles, como el tío al que cita don
Enrique Monasterio. Uno que opina que la capilla Sixtina, el Requiem de
Mozart, el Quijote o la misma internet, son animaladas. Alguien para quien una cosa peluda que come, chilla, se rasca, defeca y ocasionalmente te trae una pelotita es igual que un ser que llora, contempla, entrega, renuncia, comprende, ríe y trabaja. La nostalgia de las tiranías se puede calificar. Para estas otras, todavía no se ha inventado el nombre.
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