02 septiembre 2024

La santa virreina

A él le mandan de virrey al Perú. Ella quiere acompañarle (fiel esposa) pero el rey, el muy pillín, se lo prohíbe porque se ha encaprichado de ella. Ella dice que irá así se oponga el papa de Roma (esto es mío), y el marido se estremece de gusto aun aparentando anuencia a la voluntad del monarca. Se mete en un convento y encarga un vestido ad hoc, pero lo que le llega es un traje de hombre, oh milagro, con el que partirá en lo primero que salga para América.

Ya en el Perú, nos encontramos con unos caciques apegados a sus ritos paganos, sobre quienes ejerce el mando un encomendero. Para sustraerla a peores destinos, la virreina toma a su servicio a una princesa de la tribu aquella, a la que enseña con provecho el catecismo. La señora enferma de gravedad y la india se contagia, pero cuenta con un remedio infalible: la quina, que le llevan sus compatriotas de tapadillo, porque el producto en cuestión es sagrado y constituye poco menos que un sacramento que evitará que el pueblo perezca algún día. En esto la india recuerda las enseñanzas de la señora sobre un Redentor que ofreció su vida por los hombres, y decide darle la quina a la señora. Pero las otras sirvientes, que le tienen ojeriza, la acusan de querer envenenar a nostrama

[destripe] Pero acaba bien. Por cierto, el traje de hombre, como habrán ustedes sospechado, se lo envió en marido [fin del destripe].

Todo esto en verso. Buen verso castellano, que don José María debía de haber ingerido y metabolizado como un buen jerez.

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