Tal como relata aquí su experiencia, es fácil deducir que la
guerra civil no empezó en el 36, ni siquiera en el 34, sino el en el 31, ya que
la República fue una declaración de guerra contra media España, amén de que
llegó por un golpe de Estado y no por referéndum, ni siquiera por unas
legislativas que diesen la victoria a los republicanos. Ya desde el principio,
se legisló para hacer desaparecer de la vida pública a los monárquicos y a la
Iglesia: ABC estuvo clausurado en dos ocasiones y don Juan Ignacio encarcelado otras dos, una por una falsa acusación de
asesinato y otra tras la sanjurjada,
por el mero hecho de ser de derechas y “por tanto” sospechoso. Por no hablar
(que don Torcuato tampoco habla) de
la Constitución sectaria y las leyes contra la enseñanza de los religiosos.
La verdad es que la familia del autor tuvo bastante suerte
dadas las circunstancias, puesto que solo tuvieron un muerto en la guerra y fue
en combate, mientras que tantos y tantos de sus allegados cayeron víctimas de
la vesania socialista y anarquista. De hecho varios salvaron la vida en
circunstancias extremas y literalmente de película. Después de relatos como
éste, no deja de sorprender que los socialistas actuales tengan la cara dura de
presentarse como doblemente víctimas, primero como agredidos en la guerra y
luego como acreedores a reparaciones en la transición. Pero más aún sorprende
que la derecha española, lejos de arrepentirse por haberles dado una
oportunidad, que no merecían, para volver a la vida pública, insista en comprarles
semejante monserga.
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