Neville dibuja, pues, con Clorato de Potasa, al ideal hedonista de la España de Felipe González, curiosamente anticipado en aquellos años prerrepublicanos: "en la antigüedad la gente se aburría tanto, que necesitaba ese género de creencias y de religiones... Las épocas en que los pueblos se han divertido más han sido en las cuales han hecho menos caso de sus religiones". Muy de ahora mismo, ¿no? Con la salvedad de que, ahora, han pasado muchas cosas y seguir manteniendo esa simpleza exige retorcerse el corazón, exige justificarse constantemente, aunque sea dando golpes bajos a los que vienen a aguarnos la fiesta. No es otro el motivo de los repetidos ataques a la Iglesia por parte de estos Cloratos inseguros de sí mismos. Las conciencias violentadas reaccionan con violencia.
Y lo hacen hasta tal punto que han llegado a crear una nueva moral, más opresiva aún que la que combaten. Un ejemplo: Edgar Neville pudo publicar en plena dictadura de Primo de Rivera una novela (esta) donde se hace chacota de la moral tradicional. ¿Hubiera podido hacerlo hoy sin dar un tijeretazo a sus chistes racistas? Me extraña.
Nota redactada en abril del 2002
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