04 junio 2010

Cuentos (E. T. A. Hoffmann)


Dice Berta Bías Mahou, en el prólogo a esta edición, que Hoffmann, desdeñado en su tiempo, influyó considerablemente en Poe, Baudelaire y muchos otros, pero no cita a Bécquer. No sé si Gustavo leyó a Hoffmann, pero las semejanzas son indudables, sobre todo en lo que respecta a esa intuición de un mundo sobrenatural que late de algún modo en nuestra realidad, y que sólo algunos espíritus privilegiados, los poetas, logran penetrar. El estudiante Anselmo se convierte en poeta tras haber tomado contacto con el cosmos en que viven Serpentina y su padre, la salamandra, de profesión archivero en la dimensión de nuestra existencia cotidiana. Y si en Bécquer es la mujer el ser preparado, por disposición natural, para captar la poesía, Hoffmann parece trasladar esa facultad a los niños. "Germánico" llamaban a Bécquer, y como una confirmación, nos aparece el hecho de que los mejores inventores de cuentos de hadas han sido los alemanes y nórdicos. Al cuento aludido, "El puchero de oro", le sigue en esta edición "Cascanueces y el rey de los ratones", la narración que inspiró a Chaikovski y protagonizada por una niña visionaria, y despojamos aquí a este adjetivo de todo otro matiz que no sea el de percibir más realidad que los otros mortales. Los muertos forman también parte del mundo de Hoffmann, como compañeros habituales, complementarios nuestros, y así lo vemos en "El caballero Gluck", como lo veremos en la Otra vuelta de tuerca de Henry James, y también su misteriosa presencia se deja notar en los cuentos que cierran esta edición [Colección Austral, no recuerdo el año], "Don Juan" y "El consejero Krespel".

Nota redactada en enero del 2001.
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