26 mayo 2010
Las afinidades electivas
Casi me salen granos leyendo la muerte, en el capítulo final, de estos dos bobos, Eduardo y Otilia. El gran Homero dormitó justamente en la suerte de matar, la que dicen que acredita o arruina toda una faena. Uno cree estar leyendo, no una radionovela (el guión de una radionovela, quiero decir) de Sautier Casaseca, sino una parodia de ellas. Y, desde luego, no sientes la menor pena por él ni por ella, ya que se metieron en su tinglado amoroso porque les dio la gana (como sucede en todos los adulterios) y no por afinidades electivas, Johann Wolfgang, pedantón.
La novela (que, por otro lado, está llena de valiosos análisis psicológicos, no lo pongo en duda) no deja de resultar curiosa, porque insinúa, ya en los albores del XIX, esa mentalidad tan actual que subordina el matrimonio a los derechos del corazón, al tengo derecho a ser feliz y tal. Incluso la esposa, Carlota, acepta tal situación con la naturalidad con que se supone que deben aceptarla hoy las mujeres. Y la renuncia final de Otilia (tarde y mal) no arregla el estropicio.
Nota redactada en junio del 2009
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