La atmósfera era de un frescor tan delicado, tras el bochornoso día, que incluso podía imaginarse que en la noche de verano llovía rocío y luz de luna líquida con un toque gélido, vertidos por una jarra de plata. Aquí y allá, unas cuantas gotas de ese frescor se esparcían sobre un corazón humano, lo rejuvenecían y este sintonizaba con la eterna juventud de la naturaleza.Nathaniel Hawthorne, La casa de los siete tejados
(No me atrevo a buscar una imagen que lo ilustre)
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