18 noviembre 2009

Claves líricas


Toda la primera obra de Valle-Inclán, aun valiosa de por sí, parece una preparación para su estética definitiva, el esperpento. Este se halla latente, en mayor o menor medida, en su producción de la primera etapa. La pipa de kif es como la culminación de su obra poética, un volumen único por su originalidad, al utilizar las técnicas modernistas como cauce para un ejercicio de caricatura difícilmente igualable. Parafraseando lo que dijo Cernuda de Aleixandre, pddría decirse que "el expresionismo encontró en Valle-Inclán lo que no encontró en su patria de origen: un gran poeta". Esto a falta de poder conocer a Trakl, claro, maldita miseria esta de la barrera idiomática.

De todos modos no debo olvidar el deslumbramiento causado por los otros dos libros, Aromas de leyenda y El pasajero. El primero es un alarde de magia y sensorialidad modernistas aplicadas a un escenario concreto, el gallego. Aparte de la belleza intrínseca de los poemas, tiene un especial encanto esa ocurrencia de rematarlos con esa especie de "jarcha" en gallego. Y qué decir del simbolismo de El pasajero, con toda la fascinación del esoterismo que encandilaba a los espíritus soñadores del fin de siglo. Pero, con todo, insisto, lo que más sorprende en Valle es cómo conjuga, sin que resulte desagradable al paladar, la belleza más refinada con esporádicas salidas de tono que anuncian el esperpento: ese "gañido" de sed de un perro en medio de la "mítica tragedia de rojas espadas" que es la aurora.

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