21 enero 2009

Santa Juana


Si de algo nos convence este drama de G. B. Shaw es de que el santo es el ser humano más libre. Todos los demás aparecen sujetos por sus temores. Juana también tiene miedo de la hoguera, pero es un temor perfectamente natural al que pronto se sobrepone, justamente cuando ve amenazada su libertad. Es, una vez más, la figura del justo a quien los demás no pueden soportar porque ven puesta en evidencia su poquedad. "¡Oh, mundo! ¿Cuándo estarás preparado para recibir a tus santos?", exclama Juana, ya en la ultratumba, con una interrogación que es realmente una negación. También a ella el mundo la rechazó porque no era del mundo. La santidad de Juana queda perfectamente puesta de relieve por Shaw, y es de agradecer, teniendo en cuenta la fe socialista del autor. No solamente es respetuoso con su figura humana sino que la vemos imponiéndose a reyes y poderosos como sólo un elegido de Dios puede hacerlo. Poco importa que en el prefacio, y en alguna alusión dentro de la obra, nos la presente como una adelantada del protestantismo: que esto no es cierto queda claro en la propia obra cuando Juana admite, de modo reiterado, la autoridad de la Iglesia para hablar en nombre de Dios. Por otro lado, su familiaridad con los nobles y los clérigos y sus frecuentes rasgos de humor hacen más simpática su figura y la alejan de la imagen del santo que suele gustar a los laxos y a los paganos, histérica y misantrópica.

Nota redactada en agosto del 2001.

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