16 enero 2009
La voz a ti debida
Tú vives siempre en tus actos. Con al punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas. El mundo se ve a través del ser amado, qué duda cabe. Las auroras, los colores, no son triunfos ni alegrías si no hay amor de por medio. Y uno le debe todo al amado, a la amada: un poeta, la voz. Pedro Salinas canta su débito con el amor en un poema único, pues así lo concibió, a pesar de hallarse dividido en unidades, pero estas no llevan título, lo que realza la impresión de unidad.
Ahí, detrás de la risa, ya no se te conoce. Vas y vienes, resbalas por un mundo de valles helados, cuesta abajo; y al pasar, los caprichos, los prontos, te arrebatan besos sin vocación, a ti, la momentánea cautiva de lo fácil. El amor conoce también el sinsabor de la distancia, de la ausencia. Cuando el ser amado, humano al fin, sucumbe a los lastres de su naturaleza, parece menos él mismo, y uno llora. ¡Qué día sin pecado! La espuma, hora tras hora, infatigablemente, fue blanca, blanca, blanca. Inocentes materias, los cuerpos y las rocas -desde cenit total, mediodía absoluto- estaban viviendo de la luz, y por la luz y en ella. Sí, posiblemente sin la pérdida del paraíso no hubiéramos llegado a conocer la fuerza del amor. Salinas la ha cantado en octosílabos que podrían leerse así, en prosa, tal como los he reproducido. Pero, como decía el otro, aún queda algo, y eso es la poesía.
Nota redactada en diciembre del 2005