Yo también hablo en chin, y le recomiendo que hable usted chin, señor Lizcano. La hermana de su amigo tenía un muchacho en clase que dormía continuamente, y continuamente tenía que despertarlo. Tenía otro muchacho que era muy trabajador e inteligente, y le mostró simpatía. Esto significaba, en el primer caso, que ella era la culpable de que el muchacho no progresara adecuadamente; en el segundo, de que había una relación sexual inequívoca entre ellos, y, por lo tanto, corrupción de menores. ¿Me entiende? Esto es el chin; dentro va el cornezuelo.
(En Carta de Tesa, de José Jiménez Lozano)
Con su habitual tono naïf, Jiménez Lozano llama aquí cornezuelo a lo que Dostoievski llamaba los demonios, en su Rusia decimonónica y con su timbre grave y patético. En cuanto al chin, muchos lo hablan, sin saberlo, y no sólo los que lo han inventado. Sucede siempre. Juan Pablo Forner clamaba contra los galicismos mientras titulaba una de sus obras Oración apologética por la España. Cuando uno dice violencia de género, habla chin; cuando dice asociación de padres y madres, habla chin; cuando dice orientación sexual, habla chin; cuando es capaz de leer con la cara seria un decreto del Ministerio de Educación, está ya plenamente inmerso en el chin.