15 septiembre 2024

Más antecedentes

 del respeto a la libertad de prensa y a la legalidad por parte de los socialistas y allegados.

Una de las causas que acrecieron el muy justificado pesimismo de mi padre acerca del diagnóstico de la situación fue el gravísimo revés económico y moral que sufrió cuando el Gobierno que presidía Casares Quiroga –sectario entre los más sectarios—obligó a la empresa formada por mi abuelo a readmitir a los obreros expulsados cuando el conflicto laboral de ABC y prescindir, previa indemnización, de los operarios que fueron admitidos entonces. Aquella huelga fue declarada ilegal y, en consecuencia, la expulsión de los huelguistas era conforme a la Ley. No obstante, la orden gubernativa dictada casi dos años después era terminante: o se acataba o se procedería a la incautación de la empresa. ¡Donoso subterfugio para eliminar a un incómodo periódico de la oposición!

(En Papeles para la pequeña y gran historia, Torcuato Luca de Tena, capítulo XXVII)

La huelga en cuestión fue declarada cuando Juan Ignacio Luca de Tena se negó a transigir con el propósito de los obreros de obligar a uno de ellos a afiliarse a la UGT. Lo ugetistas fueron expulsados y la plantilla se rellenó con otros trabajadores, uno de los cuales murió asesinado al poco tiempo.

En fin, esta era la muy democrática Segunda República con la que acabó “el golpe de Estado del general Franco”.



13 septiembre 2024

"El pensamiento libre proclamo en alta voz..."

El gobierno de la Segunda República cerró el ABC durante más de tres meses en 1932. No fue el único periódico, claro. De hecho, la Segunda República tiene el récord de periódicos cerrados en toda la historia de España. No deja de ser coherente el PSOE de ahora cuando amenaza con ahogar a la prensa incómoda.

El Consejo de Ministros que tomó esta medida [la reapertura del periódico] estuvo muy dividido. Azaña, en sus Papeles inéditos, cita una frase esclarecedora como pocas para entender el talante democrático de la Segunda República Española: “Tengo muy en crisis el concepto político de la libertad de prensa”, recuerda Azaña que dijo Fernando de los Ríos [PSOE]: el mismo que escribió en su celda, como ya hemos relatado, “por el Derecho, la Libertad y la Justicia”. La misma tierna crisis de sus delicadas conciencias debieron sufrir [sic] los ministros Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz [,] que se opusieron a la reapertura de la redacción de ABC clausurada con cien cerrojos.

(Torcuato Luca de Tena, en Papeles para la pequeña y gran historia, capítulo XVIII)


“…y muera el que no piense igual que pienso yo”.



11 septiembre 2024

Dicen que ha resucitado

“Fofó no ha muerto. Ha muerto Alfonso Aragón Bermudez”. Así se expresa la gente cuando quiere decir que tal persona vivirá para siempre en nuestro recuerdo o que su obra dejará huella. No inventa una fábula con lujo de detalles sobre lugar, tiempo, modo de hablar y de comer de un resucitado, o sobre quiénes lo vieron y por qué orden. Ni habla paladinamente de “resucitar de entre los muertos”, provocando el cachondeo del público ateniense, pudiendo decir que todos estamos llenos de su espíritu, por ejemplo. Salvo que se trate de un poema lirico, lo que no era el caso.

Por eso, interpretar los relatos evangélicos de la resurrección como una alegoría que sugiere que Cristo sigue actuando en sus fieles, como hacen muchos teólogos con título, es simplemente ridículo. Así lo expone Vittorio Messori en este volumen, producto de una investigación rigurosa donde se enfrentan los datos evangélicos con las tesis que intentan refutar la realidad histórica de la resurrección.

¿Relato apologético, el de los Evangelios? ¿Y por qué no buscar mejores testigos que unas mujeres, cuyo testimonio tenía valor cero en aquel lugar y tiempo? ¿Contradictorio? No tan deprisa: los datos que ofrecen los evangelistas son perfectamente armonizables si uno se toma la molestia de armonizarlos. Messori analiza también las señales que el Resucitado quiso dejar para no ofrecer dudas razonables a los testigos: Juan vio y creyó, como Tomás, en este caso no por ver las llagas, sino por ver “las cintas extendidas y el sudario apartado de un modo singular”. En este apartado Messori sigue las investigaciones de un párroco italiano que, estudiando el griego de san Juan, llega a conclusiones diversas de las traducciones habituales.

Pero lo más divertido del libro es la última parte, donde Messori carga contra una plumífera alemana que, sin dejar de llamarse cristiana y aun católica, se permite poner en duda en sus publicaciones no solo la historicidad de los Evangelios, sino todo el magisterio de los Padres y de los papas. En Alemania ocupa (u ocupaba, no sé) una cátedra de Teología. Es lo que hay.

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07 septiembre 2024

Historia del rock

Hay cosas que vinculas a tu infancia y que tienen eso que se llama un halo de magia, más que nada, quizá, porque lo recuerdas de modo borroso, como vivido en segundo plano, como catando sólo las sombras, sabiendo además que alguien lo estaba disfrutando en toda su plenitud. Es lo que me sucede con los macrofestivales de rock de los 60: Woodstock, Monterrey, Isla deWight. Me parece haber estado allí, aislado durante unos días, con la duración que tienen los días en la niñez, “en un vasto dominio” que decía el otro, aunque delimitado por unos muros que eran como el armario de Narnia, donde lo que menos importaba era el escenario y lo que más la libertad y la compañía de gente tan estupenda como estrafalaria. Cierto que a mis seis o siete años no tenía ni idea de quiénes eran Bob Dylan, Jimi Hendrix o Janis Joplin, pero ahora, cuando veo a Dylan con su sombrero blanco, a Hendrix con sus colores chillones o a la Joplin desgañitándose y con sus gafotas, es como una reminiscencia. Supongo que la televisión tiene algo que ver. También las modas.

Y mira que, visto hoy objetivamente, aquello fue una zarrapastra infernal, un pozo de ácido lisérgico, fornicio y peste. Pasa con tantas otras cosas, que tu mente agranda porque tú eras tan pequeño.

Cuento todo esto porque poco puedo decir de la Historia del rock que Jordi Sierra i Fabra publica en Siruela. Viene a ser un epítome de la historia por fascículos, espléndidamente ilustrada, que sacó en los 80, pero actualizado hasta nuestros días. Me llama la atención, por cierto, que en las historias del rock que conozco se extiende el concepto hasta abarcar todo lo que llamamos música pop (soul, sonido disco, música electrónica, folk incluso), de modo que aquí se dedica espacio hasta a esos espantos llamados acid house o hip-hop. Aporta también Sierra i Fabra algo de historia económica, y así me entero del terremoto que supuso, también en el mundo de la música, la crisis del petróleo del 73, sobre todo por el encarecimiento de los discos, en cuya composición algo tenía que ver el dichoso oro negro.

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04 septiembre 2024

La hierba roja

Al parecer, en Francia funciona, o funcionaba, un colegio de Patafísica o algo así, del que Boris Vian formaba parte. Hasta donde yo sabía, la patafísica era un invento de Alfred Jarry, el dramaturgo vanguardista de principios de siglo, pero pensé que había muerto con él.

El caso es que La hierba roja se inscribe en esa corriente, claramente, aunque sin demasiados problemas podríamos haberla calificado como surrealista. Estamos en un mundo que se parece al nuestro pero en el que existen objetos, seres vivos, actividades… alternativos y que pueden tener la carga simbólica que cada uno quiera darles. Entre los objetos, el principal, una máquina… no del tiempo, sino que le traslada a uno a extraños lugares que sirven para repensar el pasado antes de borrarlo por completo. Es lo que le sucede al protagonista, que es el propio inventor de la máquina. En sus viajes interdimensionales se encuentra con personajes peregrinos que le interrogan sobre sí mismo: su infancia, sus amores… como extraños psicoanalistas o como fiscales de un extraño juicio particular. Juicio sin sentencia, aunque sí que hay un pequeño apocalipsis con sus condenados y salvados.

Puede ser un ajuste de cuentas consigo mismo (con el autor) o una juguetona parábola, o, ya digo, lo que cada uno quiera ver.

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02 septiembre 2024

La santa virreina

A él le mandan de virrey al Perú. Ella quiere acompañarle (fiel esposa) pero el rey, el muy pillín, se lo prohíbe porque se ha encaprichado de ella. Ella dice que irá así se oponga el papa de Roma (esto es mío), y el marido se estremece de gusto aun aparentando anuencia a la voluntad del monarca. Se mete en un convento y encarga un vestido ad hoc, pero lo que le llega es un traje de hombre, oh milagro, con el que partirá en lo primero que salga para América.

Ya en el Perú, nos encontramos con unos caciques apegados a sus ritos paganos, sobre quienes ejerce el mando un encomendero. Para sustraerla a peores destinos, la virreina toma a su servicio a una princesa de la tribu aquella, a la que enseña con provecho el catecismo. La señora enferma de gravedad y la india se contagia, pero cuenta con un remedio infalible: la quina, que le llevan sus compatriotas de tapadillo, porque el producto en cuestión es sagrado y constituye poco menos que un sacramento que evitará que el pueblo perezca algún día. En esto la india recuerda las enseñanzas de la señora sobre un Redentor que ofreció su vida por los hombres, y decide darle la quina a la señora. Pero las otras sirvientes, que le tienen ojeriza, la acusan de querer envenenar a nostrama

[destripe] Pero acaba bien. Por cierto, el traje de hombre, como habrán ustedes sospechado, se lo envió en marido [fin del destripe].

Todo esto en verso. Buen verso castellano, que don José María debía de haber ingerido y metabolizado como un buen jerez.

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