30 junio 2016

La gran verdad


Según la famosa apreciación de Chesterton, el catolicismo te exige que al entrar en la iglesia te quites el sombrero, no la cabeza. He comenzado a leer las memorias de Evgenia Ginzburg, una mujer represaliada por Stalin, culpable de no haberse quitado la cabeza al entrar en el partido; esto es, haber puesto su intelecto al mismo nivel que su fidelidad al líder. Al mismo nivel, y no más alto, pues tras su experiencia carcelaria Evgenia Ginzburg siguió manteniendo su fe comunista. He dicho fe:

En nuestro partido, en nuestro país, reina de nuevo la gran verdad leninista. (página 27, edición Galaxia Gutenberg)

La gran verdad. Es chusco esto, si uno tiene en cuenta que hoy día asociamos a la izquierda política con el relativismo. Dado que los asertos de Lenin no pueden ser comprobados empíricamente, hay que concluir que es la fe lo que llevaba a aquellos tipos a tenerlos por verdad. Y una fe tanto más admirable cuanto que tampoco después de Stalin el partido siguió produciendo más que indigencia económica, moral e intelectual. Pero es que además, si Stalin desapareció de Rusia, gente como él ha actuado acá y allá donde se ha instalado la famosa verdad: díganlo Steinhardt, Valladares, Mindszenty o los osarios de Camboya, que hablan mejor que todos ellos. Supongo que ni Ceaucescu ni Castro ni Pol Pot eran realmente comunistas, tampoco.

Oh desdichada ideología, que allá donde aterriza es secuestrada por psicópatas o atrofiada en su desarrollo por el feroz imperialismo capitalista. Bueno, desdichada... o feliz, ya que sigue aún cosechando adeptos, a pesar de tan mal fario.