05 noviembre 2011
Viejas
De chico uno suele ser injusto con las viejas que rezan en la iglesia, "como los conejos comen hierba", que decía Ramón. Por eso me gustó la reivindicación de José Miguel Ibáñez Langlois (Libro de la Pasión):
Y qué sería del mundo qué de la Iglesia
si no fuera por esas viejecillas enfermas abandonadas que suspiran en la oscuridad
dulces clavos dulce cruz
dulce nombre de Jesús.
En Julien Green (Cada hombre en su noche) leo ahora algo parecido:
Había tres o cuatro ancianas que oraban de rodillas, esas tres o cuatro viejas que se pueden ver en todas las iglesias del mundo, esas sobre las cuales se apoya el cielo.
Y, por cierto, también habrá que agradecerle a Martin Provost esa Séraphine, que reza con el mismo candor con que pinta la creación.
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