Esta vez sobre Judas.
por las calles de la nada como el viento corría Judas
mientras Jesús por él sufría más que por toda la creación
y en vano soñaba a Judas llorando a sus propios pies
en vano soñaba con perdonar su amor leproso
porque Judas arrepentido pero desesperado huía
bajo el peso de treinta monedas pesadas como una cruz
[...]
es grande tu justicia oh Judas que cuelgas de la luna llena
mecido por el viento al aire de la hueca noche
Judas el justiciero ha muerto y sus ahorcados oídos
ya no pueden oír el grito desgarrador de Jesús
que amor mío amor mío Judas ya se pierde en el infinito
como la espina electa la más dolorosa de la pasión.
(Libro de la Pasión)
Jesús amaba a Judas. Y aunque traicionar a Jesús era un gran pecado, era a pesar de todo perdonable. El error de Judas fue creer que no lo era, y se ahorcó. Imagínese que todo hubiera ocurrido de otra manera, Judas ayudando a Jesús cuando éste tropieza y cae bajo el peso de su cruz. Entre gritos y lágrimas, el traidor cae de rodillas, pide perdón a su víctima, le coge por la orla de su túnica, le suplica, a pesar de los puntapiés de los soldados romanos. ¿Qué mirada cae entonces sobre él? Piénselo. ¿Una mirada de odio? No lo creo. Una mirada de amor, Wilfred, una mirada de amor. Hubo en la Pasión un minuto en el que el único que podía consolar a Jesús era Judas pidiéndole perdón. El escándalo es que ese minuto pasara sin que Judas estuviera allí. Es así como yo veo las cosas.
(Cada hombre en su noche)
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