15 septiembre 2011

Cero a la izquierda


En uno de sus programas televisivos, el cómico José Mota jugaba con otro humorista a hacer imitaciones dobles, por ejemplo empezando con José María Aznar y terminando en Chiquito de la Calzada. Cero a la izquierda (como las novelas de Flanagan) responde a un reto similar: hágame usted un híbrido de novela negra y novelucha juvenil de la ESO, con personajes y situaciones de ambos lugares literarios. y Andreu Martín sale airoso de la prueba: la criatura se parece por igual a los dos progenitores sin que la cosa parezca un pegote. Desde luego, domina bien los resortes de la novela negra, tanto en peripecias como en estilo, hasta el punto de que al concluirla te viene a la cabeza el Harlem nocturne con que finalizaban los episodios de Mike Hammer. Y eso que el final no me parece redondo, más que nada porque no se sabe si al final los malos reciben los suyo. Claro que, bien mirado, eso tampoco es esencial en el género negro, y pienso por ejemplo en Chinatown, la película de Polanski.

Luis Ramis ejerce aquí de detective: un chico de dieciocho años, mecánico de automoción como su padre, que se encuentra un día con Héctor, el cero a la izquierda, viejo empollón de su clase, ahora al volante de un impresionante Peugeot y acompañado por una no menos impresionante treintañera. Ya tenemos ahí al visitante misterioso que quiere decir algo sin explicarse del todo, y a la mujer fatal con su secreto a cuestas. Luego Héctor va y desaparece, y ya tenemos el misterio montado y a Luis buceando entre la basura, como todo imitador de Marlowe que se precie.

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