José Jiménez Lozano ha hecho una caricatura, pero no en el mal sentido que suele darse a esta palabra cuando se la saca de su acepción primaria. Es la misma historia bíblica contada con desenfado, jocosamente, atribuyendo al profeta caracteres, relaciones y hechos que quizá no tienen base real, pero sirven para darle un aspecto humano en lo que la humanidad tiene de más risible, y que no se contradicen con lo que de Jonás refiere la Escritura. Presenta, en efecto, la historia bíblica de Jonás chispas del sentido del humor de Dios, que juega con su creación. Las referencias a nuestro tiempo no hacen sino contribuir a ese acercamiento jocoso del personaje a nuestra entraña humana: la esposa de Jonás se dedica a
desconstruir todo lo que Jonás hace o dice, el profeta compra su báculo lujoso en
Tiffany´s... La referencia a la deconstrucción no puede por menos de caerme especialmente en gracia, por lo que tiene de burla de la pedantería de ciertas filosofías, claro.
En fin, en este Jonás de Jiménez Lozano vemos algunas de nuestras más flagrantes caídas en el ridículo: ese utilizar la propia y objetiva pequeñez como excusa para no emprender lo que Dios le encarga; ese confundir la justicia de Dios con la suya propia (al utilizar las amenazas divinas para satisfacer su ansia de venganza contra quienes le pegaron); esas setenta y siete semanas que los cónyuges permanecen enfadados, por convención... Catártico.
Nota redactada en octubre de 2003