12 noviembre 2007

Federico Jiménez Losantos


está disfrutando en los últimos tiempos de una publicidad que ya quisiera yo para lo poco bueno que hago. Políticos y plumíferos echan pestes de los excesos de "un locutor", "cierto comunicador", "una voz de la COPE"... así, sin citar el nombre por lo general, lo que añade misterio al asunto y el prestigio del malditismo para el interesado. Eso le está proporcionando jugosos incrementos de audiencia, incluso de no adictos a su línea. Ya hace años un mi compañero, nada sospechoso de fachismo, contaba como un gran descubrimiento el de FJL y lo pasaba en grande escuchándolo por la mañana.

Por otro lado, resulta chocante que, cuando desde el gobierno se legislan barbaridades que serían la envidia de Calígula y se cocinan traiciones no vistas desde don Julián, muchas conciencias hipercristianas se escandalicen ante una de las voces que más ha denunciado tales tropelías, sólo porque tal o cual vez se excede en sus calificativos. Hay quien no dormirá a gusto hasta que en la COPE no bauticen hasta a los clips y los pendrives. Y aquí hay que recordar que la COPE no es Radio María, sino una emisora generalista donde se hace apostolado, sí, pero también periodismo de opinión donde la crítica al poder se ejerce con la contundencia requerida en cada caso.

Cada vez más, incluso, se permiten exhortar a los obispos a que silencien esa y otras voces, en uno de las exhibiciones de mentalidad totalitaria más flagrantes que han visto estos ojitos. Eso son compañeros de viaje para el GAL, vive Dios, y no los de los bolcheviques.

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