El subtítulo delimita un poco más el contenido de este
libro: “¿Debemos matar a los enfermos terminales?” Porque de lo que trata
Pollard es de poner el acento en que la
eutanasia significa matar y es algo diverso del “derecho a morir” entendido
este como derecho a rechazar los tratamientos que no curan sino que únicamente
mantienen con vida. Son conceptos que con frecuencia se confunden, tanto en la
propaganda como en las leyes. Por ello el autor emplea el verbo
matar sin tapujos y siempre que viene a
cuento, sin eufemismos ni circunloquios. La
muerte
digna es también algo diverso del derecho a que me maten: es muerte digna
aquella que está de acuerdo con la dignidad humana, es decir, rodeado de
cuidados y a ser posible del afecto de familiares y amigos (“cercado de su
mujer y de sus hijos y hermanos y criados”).
El libro data (1989) de cuando aún no existían leyes que
validasen la eutanasia, ni siquiera en Holanda, aunque y aquí la vista gorda
estaba generalizada. Sin embargo, el debate estaba ya en la calle y el libro
recoge también todos los aspectos problemáticos de esta práctica: la relegación
de los cuidados paliativos, la manipulación de encuestas, la consideración del enfermo
como menos digno de vivir, la confusión en torno a los analgésicos o quién ha de tener la responsabilidad de matar.
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