07 enero 2025

Cómo funciona el miedo

Toda obra de tesis es un poco reduccionista. Leyendo esta se diría que “la historia de la humanidad no es más que la historia de sus miedos”, por aprovechar el molde de Marx. El miedo, sugiere Furedi, ha movido a los antiguos, a los medievales y a los modernos y contemporáneos, solo que con diversos contenidos. Y aquí Furedi me parece doblemente reduccionista, porque parece reducir la moral y la religión a un temor, sustituido en épocas recientes por el temor a la enfermedad y a la muerte. Lo que él dice sobre nuestra época ha venido confirmado, en gran parte (y ha sido una coincidencia providencial para él) por el Covid: de hecho, escrito el libro en los años inmediatamente anteriores, ha visto oportuno añadir un epílogo sobre la cuestión.

No es que Furedi, en modo marxiano, piense que el miedo ha sido manejado por el poder para oprimir al pueblo (de hecho se mantiene siempre lejos de ese planteamiento), sino que ha actuado como una fuerza retardadora frente a la virtud del valor, que, este sí, ha existido en otros tiempos como contrapeso al miedo:

En las sociedades que gozaban de un código moral robusto, temer se relacionaba con un guion cultural que enseñaba qué había que temer y cómo había que enfrentarse a esos temores. En la antigua Grecia la virtud del coraje desempeñó un importante papel en la gestión pública y la representación de los miedos.

Mientras que

conversaciones que he mantenido en sitios tan distintos como Singapur, Budapest, Ámsterdam o Milán me han convencido de que, en mayor o menor medida, la cultura del miedo tiene hoy un amplio impacto global. He llegado a la conclusión de que la sociedad ha pasado inadvertidamente a quedar separada de valores como el coraje, el juicio personal, la responsabilidad y el razonamiento, valores que son necesarios para gestionar el miedo. La cultura del miedo no es un producto de la naturaleza; en muchos aspectos su fuerza proviene del modo en que los jóvenes han sido socializados.

El autor advierte que no culpa a los medios de fomentar el miedo: ellos están inmersos en la misma corriente. Pero sí que se encargan de poner de moda ciertos términos que sirven de vehículo a esas obsesiones. Por ejemplo, lo de la bomba de relojería, empleado sobre todo para referirse a la amenaza climática, pero también a otros fantasmas.

Clave de la cultura del miedo es la confusión moral. “La mayoría de las incitaciones al miedo incorporan una exhortación moral para promover su objetivo”, dice el autor, aunque, según se deduce, la cuestión podría enunciarse también a la inversa: las exhortaciones morales recurren con frecuencia al miedo, como se hizo en tiempos propalando que la masturbación iba ligada a graves enfermedades (no solo por la Iglesia, por cierto: según Furedi, gente como Voltaire o Rousseau participaban de esta creencia). El caso es que, cuando deja de creerse en una moral universal, se moraliza cualquier actitud contraria a lo que se supone debe ser evitado. Por ejemplo, hoy día el riesgo es algo que debe ser reducido a toda costa, y uno será un buen ciudadano en la medida en que evite correr riesgos. Esto, dice Furedi, “funciona como argumento para silenciar a los escépticos y a los críticos” y “sirve para autorizar determinadas políticas y exhortaciones”, en torno, por ejemplo, al dichoso cambio climático. En este sentido, tal vez el valor más apreciado por nuestra sociedad no sea la tolerancia, ni la igualdad, sino la seguridad. De ahí que cada vez menos estén dispuestos a ir a la guerra por su patria, ni por cualquier cosa. Pero la búsqueda de la seguridad a cualquier precio acaba echándonos a perder como seres libres, pues

un hombre que no tiene nada por lo que esté dispuesto a luchar, nada por lo que se preocupe más que por su seguridad personal, es una criatura miserable que no tiene ninguna posibilidad de ser libre, alguien que si conserva cierta libertad es gracias a los esfuerzos de hombres mejores que él mismo. Mientras la justicia y la injusticia no hayan puesto fin a su lucha siempre renovada por la supremacía en los asuntos de la humanidad, los seres humanos deben estar dispuestos, cuando sea necesario, a luchar unos contra otros.

Porque

no hay ningún poder en la tierra que pueda capacitarnos para hacer frente a las amenazas que enfrentamos mejor que la libertad misma.

Que no lo olvidemos cuando surja otra pandemia.

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03 enero 2025

El escritor

Azorín adopta aquí el avatar de Antonio Quiroga, escritor ya viejo a quien le toca ejercer de crítico de otro escritor más joven, Luis Dávila. A quién de los dos se refiera el título queda para el curioso lector, que se decía en mi casa. Según Ródenas de Moya, el tal Dávila es avatar de Dionisio Ridruejo, y tiene sentido porque la dedicatoria del libro va para Ridruejo y además Dávila ejerce de líder intelectual de otros jóvenes que saludan brazo en alto y con el Arriba España. Las relaciones entre los dos escritores pasan de la tensión a la amistad, pero la novela, como es usual en el autor, está lejos de presentar una trama lineal. Hay capítulos que nada tienen que ver, aparentemente, con dicha relación, y se dedican a glosar a alguna otra persona, un lugar o un sucedido. Por otra parte, el relato está puesto en boca de Quiroga hasta el capítulo XXVII y, a partir de aquí (son cincuenta) en la de Dávila. Durante la lectura se me ocurrió calificar la novela como cubista, por esta rotura de la linealidad.

Me ha parecido ver un Azorín más ligero en el aspecto descriptivo, con menos zaguanes, menos horizontes, menos campanas; se columbra menos, se escucha menos, aparecen menos cosas, y los espacios son menos interminables, monótonos o profundos. O sea, que vamos más al grano. Sea este el que sea.

Una curiosidad: al comentar aquí La isla sin aurora, decía que parecía que al autor le hubiera gustado el título y sobre él hubiera montado el libro. Pues bien, en El escritor encontramos esta observación:

Los títulos son difíciles; cuesta trabajo encontrarlos… o se encuentran desde el primer momento, y en ese caso todo el libro futuro gira en torno al título.

Poco después aparecía La isla sin aurora. Me apunté el tanto.

Por cierto, lo que es en este no le dio muchas vueltas…

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