03 enero 2025

El escritor

Azorín adopta aquí el avatar de Antonio Quiroga, escritor ya viejo a quien le toca ejercer de crítico de otro escritor más joven, Luis Dávila. A quién de los dos se refiera el título queda para el curioso lector, que se decía en mi casa. Según Ródenas de Moya, el tal Dávila es avatar de Dionisio Ridruejo, y tiene sentido porque la dedicatoria del libro va para Ridruejo y además Dávila ejerce de líder intelectual de otros jóvenes que saludan brazo en alto y con el Arriba España. Las relaciones entre los dos escritores pasan de la tensión a la amistad, pero la novela, como es usual en el autor, está lejos de presentar una trama lineal. Hay capítulos que nada tienen que ver, aparentemente, con dicha relación, y se dedican a glosar a alguna otra persona, un lugar o un sucedido. Por otra parte, el relato está puesto en boca de Quiroga hasta el capítulo XXVII y, a partir de aquí (son cincuenta) en la de Dávila. Durante la lectura se me ocurrió calificar la novela como cubista, por esta rotura de la linealidad.

Me ha parecido ver un Azorín más ligero en el aspecto descriptivo, con menos zaguanes, menos horizontes, menos campanas; se columbra menos, se escucha menos, aparecen menos cosas, y los espacios son menos interminables, monótonos o profundos. O sea, que vamos más al grano. Sea este el que sea.

Una curiosidad: al comentar aquí La isla sin aurora, decía que parecía que al autor le hubiera gustado el título y sobre él hubiera montado el libro. Pues bien, en El escritor encontramos esta observación:

Los títulos son difíciles; cuesta trabajo encontrarlos… o se encuentran desde el primer momento, y en ese caso todo el libro futuro gira en torno al título.

Poco después aparecía La isla sin aurora. Me apunté el tanto.

Por cierto, lo que es en este no le dio muchas vueltas…

__