15 febrero 2007

Don Juan (de Azorín)

Un Don Juan desdonjuanizado a fuerza de azorinismo. ¿Y qué es el azorinismo? Este es el quid. Porque uno espera encontrarse con una nueva versión del mito, y al cabo de ¿cincuenta páginas? acaba desconcertado: es el Azorín de siempre, el de la melancolía, el del eterno retorno, el del detalle vulgar hecho eternidad. Es en el último cuarto del libro donde este don Juan, mero espectador hasta entonces, un comparsa más, sin nada que ver con el clérigo pecador de Berceo que nos evoca el prólogo, empieza a ser el de siempre, el seductor impenitente, llegando al corazón de Jeannette... Pero no concluye su jugada. Jeannette se va y sólo queda entre los dos el chispazo de la pasión, agotado antes de quemar. Es entonces cuando se nos revela la clave: Don Juan se ha convertido a Azorín, es decir, a la serena resignación, a la sonrisa melancólica de quien ama lo que no tiene más remedio que ser, y bendito sea Dios porque así sea. Como con su Calisto y su Melibea, Azorín ha aplicado la moviola y ha dejado envejecer a Don Juan para que dé gracias por que lo que hay sea tan poca cosa. Pena que Azorín no descubriera que en esa poca cosa estaba justamente la aventura.


Nota redactada en octubre de 1998

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