02 febrero 2007

Hay cosas peores que la lluvia

A veces merecemos palos, a veces compasión, pero siempre conviene reírse, desternillarse vivos de nosotros mismos. Así parece entenderlo Carlos Villar en estas trece perlas de la narrativa breve. Hay mucho de Clarín en ellas, pero el sarcasmo que destilan los cuentos del asturiano se ve sustituido por la coña marinera, y perdón por la vulgaridad pero no se me ocurre otra expresión así al pronto: carcajada no es, tiene algo de cruel la carcajada; sonrisa amable tampoco, salvo quizá en "Doña Rosita la austera", admirable retrato de la buena señora misántropa que recibe una gran lección. No oculta Carlos la variada gama de fracasos, sinsabores, calamidades (¿putadas?) que pueden advenir a esta nuestra existencia, ni su gravedad, pero se ríe de todas ellas porque sabe que muy pocas cosas, en el fondo, importan realmente; y si importan, al fin y al cabo las suyas son almas de ficción.

Pero sería injusto no hacer aquí una referencia a la maestría técnica del amigo Carlos. Primero, su dominio de lo que Vargas Llosa llama "el dato escondido": esas identidades que se ignoran primero, se sospechan luego y acaban por desvelarse con auténtico gozo lector. Y, por otro, su arte de la escritura, aplicado, por así decir, de forma negativa, imitando formas de decir incorrectas, regionales o pedantes, que por paradoja te hacen admirar su amplio conocimiento de los recursos expresivos.


Nota redactada en septiembre de 1999. Hay cosas peores que la lluvia fue publicado por Nobel, de Oviedo, y hoy forma entre lo que antes de internet se llamaría inencontrable.