Arranca con un tipo abatido de un tiro, al mejor estilo de
La muerte tenía un precio. Sigue un largo
macguffin donde el malo parece que va
a ser ese chulo violador venido a más que llega a asustar de verdad a Lola. Y
acaba centrándose en el asunto principal, una fenomenal corruptela bastante
similar a lo que vemos estos días por estos pagos. De hecho, está claramente
descrito el modus operandi habitual de estas triquiñuelas; a mí, al menos, me
ha ayudado a entender tinglados como el de
Aldama,
Koldo y demás. Aquí el
cuerpo del delito es una carretera en Venezuela: unos centímetros de arcén a la
baja, y esto pa ti, esto pa mí, esto pal partido. Como con los hidrocarburos,
también venezolanos, de la trama española, también con intervención norteamericana, y también con muertos por en medio
(porque aquí también hemos tenido, de momento, un “
suicidio”, aunque casi
nadie lo recuerde).
Aunque la juez Lola
Mc Hor es la protagonista, no puede decirse que sea ella, como es de rigor en
el género, quien resuelve el caso, sino que más bien se ve involucrada y no le
queda más remedio que tirar adelante con ello, [destripe]
con la ayuda inestimable del FBI, auténtico deus
ex machina de la acción, que con sus avanzadas técnicas de seguimiento
consiguen, aun al margen de la ley, proteger a Lola y atrapar a los culpables [fin del destripe]. Aunque
no hay sorpresas a lo Agatha Christie (o al menos es una sorpresa muy
relativa), la autora consigue mantener el interés a lo largo de un volumen
respetable de páginas.
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