01 febrero 2025

El cristianismo y el problema del comunismo

Para Berdiaev, lo malo del comunismo es que quiere ser una nueva religión con dogmas inatacables, implacable por tanto en su represión de la herejía y cuyo artículo de fe principal sería ese “la religión es el opio del pueblo” formulado por Marx. Estamos, pues, ante un fenómeno paradójico que trata de acabar con una fe en lo que está más allá para sustituirla por otra fe, en este caso sin más Dios que el materialismo dialéctico y sin más cielo que la sociedad sin clases. Pero, al borrar a Dios del horizonte, destruye también la libertad, y con ella al propio ser humano.

La atrocidad del marxismo ruso consiste ante todo en que acarrea la muerte de la personalidad humana y de la libertad. El comunismo no es solo la negación de Dios, sino también la del hombre. Y estas dos negaciones están estrechamente relacionadas entre sí. Su propaganda antirreligiosa lleva a la propaganda antihumana. He ahí por qué está en los antípodas del cristianismo, de la religión del dios hombre, que afirma no solo a Dios, sino también al hombre.

Berdiaev carga a los cristianos con parte de la culpa del surgimiento del comunismo. Esto es muy de cristiano, claro: mientras nosotros hacemos examen de conciencia, los comunistas nunca tienen, según ellos, la culpa de nada. No le falta razón, a decir verdad. Por otra parte, Berdiaev distingue muy bien entre la fe cristiana y su degeneración en la moral burguesa. Su análisis del cristianismo es de una gran lucidez, hasta el punto de que casi puede leerse este libro como un libro de apologética. Esto, por ejemplo, se ha repetido luego mucho, pero por entonces pocos lo veían:

Con la liberación del hombre de ese pandemonismo, la religión cristiana preparó espiritualmente la posibilidad del desarrollo ulterior de las ciencias […] Las ciencias pueden alzarse contra el cristianismo, pero echan en olvido, al hacerlo, que no hubieran existido sin su influencia preliminar; olvidan que si han conocido un incremento en los tiempos modernos lo deben, ante todo, a la liberación del espíritu humano de sus antiguas supersticiones, y que esto lo consiguió la fe cristiana.

Y lo consiguió no solo a base de desendemoniar al mundo, sino de revalorizar el trabajo humano, pues

La civilización grecorromana, aristocrática en sus principios, despreciaba el trabajo, lo consideraba como propio de esclavos. Y el cristianismo vino a santificarlo. Cristo fue un trabajador, un obrero; de Él son estas palabras: “el obrero merece su alimento”, que podemos unir a las de San Pablo: “Si alguno se niega a trabajar no tiene derecho a comer”. Las parábolas evangélicas relativas a los dineros, a los viñedos, evocan el trabajo, la actividad, la obra creadora del hombre. “El hombre debe ver el fruto de los talentos que recibió de Dios”. El trabajo, la actividad del hombre, deben llevar su fruto. El hombre tiene que cultivar la tierra, debe restituir más de lo que le fue otorgado. No puede justificar de ninguna manera su pasividad con el Evangelio.

Probablemente por ello, y por la deshumanización del trabajo que el primer capitalismo conllevaba, Berdiaev forma entre los que son anticomunistas a fuer de anticapitalistas. Como para José Antonio, para él el comunismo es una excrecencia inevitable del capitalismo.

Se trata de un análisis bastante ponderado, que parte de que “para vencer la mentira del socialismo hay que conocer su verdad” (frase de Soloviev), pues “el comunismo ha sido considerado hasta ahora más bien desde el punto de vista sentimental y emotivo que desde el intelectual”. Desde que cayó la Unión Soviética probablemente se vuelva a pecar de lo mismo, así que un libro como este no merece caer en el olvido.

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